¿En qué es lo primero que piensas cuando te digo la palabra “primos”? Muy seguramente pensaste en alguna travesura que realizaron cuando eran niños, o en alguna navidad o cumpleaños. Todos tenemos anécdotas épicas, las vagancias más creativas, las risas, las retas… y bueno. Espero que estés sonriendo como yo al recordar esa increíble parte de mi vida, y por eso hoy dedico este artículo al amor que le tenemos a los primos.
Y la verdad es que muy pocas veces se habla de los primos. O platicamos de cómo nos llevamos con nuestros hermanos, o agradecemos a los amigos que han llegado. Hablamos del primer amor, de los hijos, de los abuelos… pero muy poco de los primos. Para mí, los primos son los primeros amigos. Porque aparte creces con ellos, literal creces desde bebé. Abrir un álbum de fotos es viajar al pasado, recordar cuando jugabas con ellos al bote bolado o a las escondidas.
Tristemente nunca agradecemos por tener primos porque creemos que es algo que “viene de cajón” en la vida, o simple y sencillamente porque no nos llevamos muy bien con ellos. Así seas una persona lejana de tus familiares, sé que tienes al menos una buena anécdota, algo que recordar. Y eso creo que vale la pena agradecer.
Los primos son la esperanza que tienes de pasártela bien en las reuniones o viajes familiares. Sí, yo acepto que no me llevo 100% con todos, o que no con todos tengo recuerdos llegadores al corazón, pero sí con la mayoría y eso lo atesoro muy cañón.
Con ellos he traído arrastrando chistes locales de hace 20 años, momentos padrísimos y también tristes, juegos inventados con reglas súper extrañas, vidrios quebrados, pasos de baile, tíos arremedados, exploraciones en ríos y días de campo. También peleábamos, no nos poníamos de acuerdo en quién iba a ser el capitán del equipo de fut, o quién iba a elegir qué juguete. Lloramos, sí. Nos hacíamos caras, también. Pero lo padre es que siempre sabíamos que después de 10 minutos ya íbamos a hacer borrón y cuenta nueva para seguir jugando. Porque el amor de primos es eso, un amor que repara.
Las historias de terror que me traumaron de niña me las contaron ellos. Y aunque me decían que me fuera, que la plática no era para “niñas”, ahí me quedaba por metiche. Téngale que la chavala no podía dormir en las noches nada más de pensar en lo que estaban platicando.
Una vez convertimos la casa de una tía en un set de Leyendas del Templo Escondido, también jugábamos al Trípoli o a La Herencia de la Tía Agatha. Además, mucho del gusto que tengo por los videojuegos viene de ellos. Y por si fuera poco, también con ellos supe lo que era “agarrar una cámara y grabar”. No es coincidencia que crecemos con personas que forman tanto nuestra personalidad.
Pero ahora que pasó el tiempo, y que ahora somos nosotros los adultos, seguimos en las mismas. Estoy contenta de saber que mantengo mucho contacto con ellos, aunque sea a través de un mensaje. Me queda muy claro que nos faltan bastantes anécdotas por hacer, y aunque ya no nos veamos tan seguido, sé que la próxima vez que convivamos valdrá la pena.
Mi sobrino, el mayor, se desvive por sus primos. Ver cómo le brillan los ojos cada vez que le dicen que van a ir de visita, me hace recordar cómo me sentía yo cuando era niña. Cuando mi sobrino juega con sus primos no sé si realmente pueda estar haciendo otra cosa que lo haga más feliz. Así que brindo los primos ¡Saluchita! Mil, mil gracias.
Originally posted 2021-04-14 02:32:34.
Comunicóloga. 30 años. Slytherin. Comparto contenido sobre comunicación y finanzas personales. Si deseas contactarme puedes hacerlo por aquí mismo. Un gusto tenerte por mi blog ¡Gracias por leer!
Leave a Reply